La vida es una permanente mudanza
Permanecer en la inercia nos da una comodidad
aparente, en realidad nos está impidiendo crecer y vivir a plenitud.
La vida es cambio, adaptarse a nuevas
circunstancias, es un experimentar incesante.
A cada instante nuestro cuerpo se desarrolla, se adapta
a las características del ambiente -siempre cambiante- y aprendemos.
Es muy natural resistirse al cambio, éste es siempre
nuevo lo que nos produce un lógico miedo a lo desconocido. Precisamente por ser
terra ignota es inseguro por
naturaleza, no hay manera de planearlo o de abordarlo de antemano. Sólo cuando
llega podemos ver lo que nos trae. Por lo tanto si tratamos de dar soluciones a
lo nuevo con nuestra experiencia - que fue el aprendizaje de cambios anteriores-
siempre nos perderemos la frescura que el cambio nos brinda, las oportunidades
que nos ofrece; nos cerraremos a lo medular de la nueva situación. Una buena
idea es ser espontáneos y aprender a vivir gozosamente en la incertidumbre, ya
que ésta es la naturaleza de la vida.
No nada más nos cambiamos de casa o de trabajo,
también cambiamos de ideas, de costumbres, de creencias –aunque estas se
caracterizan por ser no muy fáciles de remover- y así al ver las páginas pasadas
en el calendario, al escuchar música o canciones antiguas, al ver nuestras
fotos familiares; encontramos un registro de ese cambio. Que deliciosas
emociones nos trae la solemnidad del reloj de sonería de la casa de los
abuelos, o los gritos de la cotorra que alegraba –junto con el sol y las
flores- su patio. O una campana de timbre similar a la que tocaban en la escuela.
En varias de nuestras grandes ciudades mexicanas aún permanecen entrañables sonidos,
pregones o tradiciones que nos hablan de tiempos ancestrales; baste citar al nostálgico
silbato del carrito de camotes, la chirimía del afilador, el silbato del
cartero, la campanita del nevero, la marimba con la que el porter del carro pullman
del tren de pasajeros nos despertaba para invitarnos a desayunar. La estampa
del panadero en bicicleta que transporta su cesta de pan en la cabeza haciendo cotidiana
gala de un equilibrio digno de un artista circense. Don Chava Flores recordado etnólogo
musical de México retrato muy bien estos jirones del pasado en sus canciones,
que han quedado como magnífico testimonio de un ayer en donde la vida parecía tener
relojes lentos. Hoy todo se hace de prisa y ésta parece quererlo borrar todo
con el siguiente cambio. La velocidad del cambio es el signo del presente.
Que importante es aprender a cambiar, adaptarse a
la nueva situación para dejar atrás el miedo y comenzar a gozar viviendo en la
incertidumbre del cambio. En fin, lo único que parece ser constante es el
cambio mismo.