martes, 12 de noviembre de 2013

El cambio es la constante

 
La vida es una permanente mudanza

Permanecer en la inercia nos da una comodidad aparente, en realidad nos está impidiendo crecer y vivir a plenitud.
La vida es cambio, adaptarse a nuevas circunstancias, es un experimentar incesante.
A cada instante nuestro cuerpo se desarrolla, se adapta a las características del ambiente -siempre cambiante- y aprendemos.
Es muy natural resistirse al cambio, éste es siempre nuevo lo que nos produce un lógico miedo a lo desconocido. Precisamente por ser terra ignota es inseguro por naturaleza, no hay manera de planearlo o de abordarlo de antemano. Sólo cuando llega podemos ver lo que nos trae. Por lo tanto si tratamos de dar soluciones a lo nuevo con nuestra experiencia - que fue el aprendizaje de cambios anteriores- siempre nos perderemos la frescura que el cambio nos brinda, las oportunidades que nos ofrece; nos cerraremos a lo medular de la nueva situación. Una buena idea es ser espontáneos y aprender a vivir gozosamente en la incertidumbre, ya que ésta es la naturaleza de la vida.

No nada más nos cambiamos de casa o de trabajo, también cambiamos de ideas, de costumbres, de creencias –aunque estas se caracterizan por ser no muy fáciles de remover- y así al ver las páginas pasadas en el calendario, al escuchar música o canciones antiguas, al ver nuestras fotos familiares; encontramos un registro de ese cambio. Que deliciosas emociones nos trae la solemnidad del reloj de sonería de la casa de los abuelos, o los gritos de la cotorra que alegraba –junto con el sol y las flores- su patio. O una campana de timbre similar a la que tocaban en la escuela. En varias de nuestras grandes ciudades mexicanas aún permanecen entrañables sonidos, pregones o tradiciones que nos hablan de tiempos ancestrales; baste citar al nostálgico silbato del carrito de camotes, la chirimía del afilador, el silbato del cartero, la campanita del nevero, la marimba con la que el porter del carro pullman del tren de pasajeros nos despertaba para invitarnos a desayunar. La estampa del panadero en bicicleta que transporta su cesta de pan en la cabeza haciendo cotidiana gala de un equilibrio digno de un artista circense. Don Chava Flores recordado etnólogo musical de México retrato muy bien estos jirones del pasado en sus canciones, que han quedado como magnífico testimonio de un ayer en donde la vida parecía tener relojes lentos. Hoy todo se hace de prisa y ésta parece quererlo borrar todo con el siguiente cambio. La velocidad del cambio es el signo del presente.
Que importante es aprender a cambiar, adaptarse a la nueva situación para dejar atrás el miedo y comenzar a gozar viviendo en la incertidumbre del cambio. En fin, lo único que parece ser constante es el cambio mismo.


Autor: Fernando Jorge García Asomoza