Mi maravillosa Abuelita Lupita y sus hijas Olga y Chepina
salidas del mismo molde
Una experiencia deliciosa
de niño siempre fue para mí acompañar a mi Abuelita Lupita al mercado.
Salíamos de su casa
felices –todo con mi Abuelita Lupita
siempre ha sido felicidad- y con una gran canasta hacia el mercado. En el
camino mi Abuelita saludaba y era saludada por todo el mundo pues igual que
Adelita era popular entre la tropa.
Cruzábamos el Paseo
Bravo para ir al Mercado del Parral mientras iba diciéndome: Tenemos que
comprar tejocotes, piñones y cacahuates para los aguinaldos… ¡Buenos días Señor!
Por favor
Fernandito que no se te olvide que tenemos que traer el alpiste para los canarios…
¿Cómo está Don Paco?
Ya en el interior
del mercado se iniciaba una verdadera cátedra de sociabilidad, comunicación y negociación.
Sus nietos no necesitamos nunca asistir a ninguna escuela o universidad para
aprender tantas y tan importantes cosas sobre la vida como con ella siempre
aprendimos. Fue por sobre todo una gran maestra de inteligencia emocional –término
sangrón ahora en boga, para algo que siempre fue cualidad de los seres plenos y
felices-.
Y de repente se
acercaba un joven a decirle ¡Yo le
cargo la canasta!
Mi Abuelita comenzaba a mercar con frases como: A
ver niña, quiero ayocotes. ¿Cuánto es por esto? E igual que la Patita de la
famosa canción iba buscando en su bolsa centavitos… ¡Sí! Muchas cosas eran a precio
de centavos todavía en mi niñez. Claro que las cantidades en que las compraba
mi Abuelita para dar de comer a su batallón de tragones las convertía definitivamente
ya en pesos.
Era buena para
regatear y no aceptaba los precios ofrecidos fácilmente. En esto era también
catedrática de la negociación real y fuerte.
Mi Abuelita compraba todo lo que necesitaba y también lo que le tocaba
el alma; pues daba ayuda a todo el mundo que lo requería en verdad y ella con
su ser femenino (era Mamá y era Abuela) lo sabía más allá de las apariencias o
fingimientos. ¡Otra vez Maestra del Amor! Y por lo mismo era solidaria.
Mi fascinación por
los mercados nació en estos viajes con mi Abuelita Lupita. Qué maravilla era
ver todo y preguntarle a mi Abuelita que eran y para que servían las muchas
cosas que yo desconocía.
Abuelita ¿qué es esto?
-Son guamuchiles mijito. A ver por favor dele uno al niño
para que lo pruebe.
O en otro puesto a la misma pregunta su respuesta –Es
pinole. ¿Quieres probarlo? Pero recuerda que no puedes chiflar y comer pinole…
¡Ja! ¡Ja! Otra faceta maravillosa de mi Abue Lupita
fue siempre recurrir a los viejos refranes.
Ay mira… ¡Ya hay huitlacoches!
Qué buenos se ven esos nopalitos. Me gustan esas cebollas
moradas.
Fernandito ¿quieres probar el chicharrón?
¡Los olores del
mercado! Perfectamente con los ojos cerrados puede uno llegar a la zona de
pescados y mariscos; o a las carnicerías, o al café, o a las queserías, o a las
flores.
¡Los colores del
mercado! La paleta completa de un buen pintor está en los mercados.
¡Los
gritos de los vendedores! ¡Plumeros y escobas!
¡Tortillas calientitas!
¡Pásele marchantita...! ¡Pruebe la fruta que le traigo, güerita, bien
madura! ¡Pruébela nomás, pa’ que vea que está rebuena!
Sus ingeniosos y simpáticos letreros sobre los productos.
Hago capítulo aparte -no tratable aquí- ya que mi paseo festivo en este
viaje al mercado es con una dama; con una gran Señora; de los albures pícaros
al máximo que siempre han habitado los mercados mexicanos.
Como buena familia de tragones era importante probar muchas cosas, los
diversos quesos, los platanitos dominicos, el tamarindo, los cacahuates, la
papaya, los aguacates; la cecina cruda incluso; eso en los puestos. Otro buen
negocio era el pasar por los locales de comida… …un desayuno de bufet real y
total era ir al mercado, y más con una Abuelita tan consentidora como la mía
que bien atendía todo lo que me pudiese halagar y hacer feliz siempre y cuando
no fuera en mi perjuicio, yo siempre fui de gane.
La fiesta en la memorable visita al mercado tenía muchos giros y folclor
extremo. De repente mi Abuelita se detenía en un puesto en donde vendían cajones
y todo lo necesario para lustrar zapatos y compraba un cajón para lo que me
pedía que escogiese yo entre los colores que había, luego comenzaba a comprar
las grasas de varios tonos, las brochas para aplicar la grasa, los cepillos, los
trapos y todo lo necesario para dar lustre. Después cuando el vendedor había
puesto todo dentro del cajón de bola y se lo entregaba a mi Abue, ella me decía
que yo lo recibiera para que me acostumbrara a él porque era mío y me lo iba yo
a llevar a mi casa para tener siempre limpios y bien boleados los zapatos de
todos en el hogar. ¡Qué excelente pedagogía!
Y después de una maravillosa mañana sin desperdicio, con la canasta
llena, el corazón rebosante de novedades y alegrías volvíamos a la casa
Desde luego que el camino de regreso tenía animada plática, amén de
muchas risas.
Mi Abuelita con su cariño, con todas sus enseñanzas, ejemplos y anécdotas
ha condimentado mi vida de una manera deliciosa e imborrable. Gracias querida
Abuelita Lupita por todo y de manera especial por enseñarme con maestría a
mercar, a comunicarme en los mercados y en todo lugar.
Llegando a la casa la canasta con la compra iba directamente a la
cocina, ahí yo me desconectaba del proceso de estiva y procesado de los víveres
hasta que después de la magia operada en ese recinto por Doña Lupita y sus
asistentes las viandas llegaban a la mesa; ahí del plato iban a mi boca y a la
de todos los demás comensales.
A esa hora, en la comida, el recuerdo de como todo se había originado en
el ancestral tianguis fue muy revelador y gratificante para mí; pues ya
procesado por las habilidades culinarias de la Abuela lo mercado en la mañana se
había transformado en otro universo de aromas y sabores.
Cuando aparecen los abuelos la disciplina sale
corriendo, desaparece, para dar tiempo y lugar al verdadero cielo. Esos viejos
hermosos son obras de arte.
ÍÎÏÐ Ë
ÑÒÓÔ
Autor: Fernando Jorge García Asomoza.
Tzakapu, Michoacan.