viernes, 14 de noviembre de 2014

Ocurrencias del Señor García.- Prismas de colores





Como en un calidoscopio lo que se ve depende de la posición del observador

 
En el taller el Señor García arreglaba sus lentes y disfrutaba viendo como con cada lente su visión era diferente. Escogió los lentes más adecuados para el humor del día y salió contento a ver el mundo. A muy pocos pasos se encontró con un pesimista, después de saludarlo le prestó sus lentes y asombrado el pesimista le pidió que le compartiera la receta, pues él deseaba seguir viendo las cosas así; lo que con gusto hizo. Después se encontró a una mujer que lloraba de pena, se acercó afectuoso a ella y junto con indagar la causa de su aflicción; la abrazo y le compartió sus lentes. La mujer al ver a través de esos lentes dejó de llorar y comenzó a sonreír, el Señor García le regalo los lentes y se despidió cortésmente.

Meditando en lo que acababa de vivir, el Señor García llegó a su acostumbrada banca en el parque. Ahí caviló hondamente sobre lo grave y sucinto que es aquella sentencia atribuida a Georges Clemenceau: La vida es un espectáculo magnífico, pero tenemos malos asientos y no entendemos lo que estamos presenciando.
Después pensó que, quizá, fabricar y distribuir los lentes adecuados sería una buena solución para ayudar a ser plenos y felices a los demás; pero lo contuvo el darse cuenta que si no cambiaba también la actitud, los lentes podrían quedarse en el buró o en la mesa de trabajo; como algo inútil. Estando en esto, discurrió colocar en cada poste de la calle cristales de colores para que la gente pudiese tomarlos al pasar y percibir la misma situación con un matiz diferente. Muchas ideas interesantes pasaban por su noble mente, cuando decidió construir para sí mismo unos bonitos quevedos (anteojos que se sujetan solamente en la nariz), era algo que siempre le había gustado y se le hacían muy ingeniosos e interesantes. Se dio cuenta de que no se puede pretender cambiar al mundo queriendo que cambien los demás, que cambiar uno mismo es el verdadero y único modo de cambiar al mundo. Y así el Señor García se levantó de su querida banca y de camino al taller iba satisfecho canturreando: “De colores, de colores son los mil reflejos que el sol atesora… De colores, de colores es el arcoíris que vemos lucir…  Al verlo pasar la gente constataba que se puede ser feliz. El Señor García lo estaba logrando, había comenzado a cambiar el mundo.



 Autor: Joaquino Calamaro  

 
 
Autlán de la Grana, Jalisco.

viernes, 7 de noviembre de 2014

Todos la mueven bien


A su manera cada uno hace la tarea


Gira el mundo, gira en el espacio infinito…” Dice la letra de una bella canción, y en su giro va el conglomerado humano desarrollando cada uno el papel que se ha autoadjudicado en la obra que se desarrolla en su mente.

Desde la percepción de cada uno los demás parecen equivocarse y violentar el mundo al hacer las cosas en sentido contrario a lo debido. ¿A lo debido? ¿Bajo qué criterio? ¿De acuerdo al código de quién? La verdad es que en el escenario del drama humano todos nos colgamos medallas y etiquetas -unos a otros- de todo tipo, algo que visto desde afuera es necesariamente simpático. “Ese es un ladrón.” “Este tipo es un cínico.” “Es una cuatro letras.” Y así es fácil pensar y sentir que los demás están equivocados y estorban el sano desarrollo de la vida feliz, tal cual nosotros –cada uno- creemos que debe de ser. Esto proporciona un caldo multisabor que nadie desea tragarse, muy claro queda. Realmente, bien vista la cosa, es glorioso entender que nadie se equivoca al desarrollar su papel; pues hace lo que hace porque cree que es lo correcto y/o le conviene. Unos dan pretexto a los otros para sacar lo mejor de sí mismos, de esta manera los “malos” dan a los “buenos” (siempre yo soy el bueno y los demás son los malos, desde luego) la oportunidad de lucir su generosidad y su heroísmo; en realidad todos nos damos -los unos a los otros- la capacidad de superar la adversidad, de conocer nuestros infinitos recursos personales y de crecer como individuos. De hecho estamos hablando de un juego con reglas cósmicas –casi siempre no comprendido- de evolución que nos permite adelantar en conciencia personal y colectiva. ¿Raro? ¿Un juego loco o depravado? No parece, pues todo indica que cada uno de nosotros compró voluntariamente su boleto para esta timba.

¡No es justo! ¡No pueden tener perdón de Dios! Así sentimos hervir la sangre cuando recibimos lo que notamos como una agresión o un abuso, sin embargo nuestra percepción está afectada por nuestro miedo y nuestra inconsciencia de lo que somos y podemos; si nos centramos en nosotros mismos. Al ceder nuestro poder y buscar una supuesta protección fuera de nosotros, nos volvemos necesariamente vulnerables y dispuestos a atacar antes de recibir un primer golpe. Ahí parece comenzar todo el desorden. Se conoce la historia de seres que se han reconocido invulnerables, y por lo mismo pueden andar libres y seguros por el mundo con sólo sus sandalias y su túnica.    

¿En verdad no hay malos y buenos? No, no los hay. Esos pertenecen solamente al ámbito de las películas y de las obras de teatro, en donde el autor ha dado específicamente esos papeles a cada personaje. En la vida diaria de este mundo que gira en el espacio sin fin, cada uno es más allá de juicios y etiquetas. Otra cosa es lo que nos han querido hacer creer y nosotros hemos aceptado entender así. Medita sobre esto y veras matices de colores que nunca antes has visto. Encontrarás una brisa fresca y una música suave en lo que parecía el fragor de la batalla.  

Y usted amigo, ¿en qué la mueve?


Autor: Fernando Jorge García Asomoza.
 
 
 
Ixtlahuacán de los Membrillos, Jalisco.