Como en un calidoscopio
lo que se ve depende de la posición del observador
En el taller el Señor García arreglaba sus lentes y
disfrutaba viendo como con cada lente su visión era diferente. Escogió los
lentes más adecuados para el humor del día y salió contento a ver el mundo. A muy
pocos pasos se encontró con un pesimista, después de saludarlo le prestó sus
lentes y asombrado el pesimista le pidió que le compartiera la receta, pues él
deseaba seguir viendo las cosas así; lo que con gusto hizo. Después se encontró
a una mujer que lloraba de pena, se acercó afectuoso a ella y junto con indagar
la causa de su aflicción; la abrazo y le compartió sus lentes. La mujer al ver
a través de esos lentes dejó de llorar y comenzó a sonreír, el Señor García le
regalo los lentes y se despidió cortésmente.
Meditando en lo que acababa de vivir, el Señor
García llegó a su acostumbrada banca en el parque. Ahí caviló hondamente sobre lo
grave y sucinto que es aquella sentencia atribuida a Georges Clemenceau: “La vida es un espectáculo magnífico, pero
tenemos malos asientos y no entendemos lo que estamos presenciando.”
Después pensó que, quizá, fabricar y distribuir los lentes adecuados sería
una buena solución para ayudar a ser plenos y felices a los demás; pero lo
contuvo el darse cuenta que si no cambiaba también la actitud, los lentes
podrían quedarse en el buró o en la mesa de trabajo; como algo inútil. Estando
en esto, discurrió colocar en cada poste de la calle cristales de colores para
que la gente pudiese tomarlos al pasar y percibir la misma situación con un
matiz diferente. Muchas ideas interesantes pasaban por su noble mente, cuando
decidió construir para sí mismo unos bonitos quevedos (anteojos que se sujetan
solamente en la nariz), era algo que siempre le había gustado y se le hacían
muy ingeniosos e interesantes. Se dio cuenta de que no se puede pretender
cambiar al mundo queriendo que cambien los demás, que cambiar uno mismo es el
verdadero y único modo de cambiar al mundo. Y así el Señor García se levantó de
su querida banca y de camino al taller iba satisfecho canturreando: “De colores, de colores son los mil reflejos
que el sol atesora… De colores, de colores es el arcoíris que vemos lucir…” Al verlo pasar la gente constataba que se
puede ser feliz. El Señor García lo estaba logrando, había comenzado a cambiar el
mundo.
Autor: Joaquino
Calamaro
Autlán de la Grana, Jalisco.
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